“Doctora pero si me han dicho que mi analítica está perfecta ¿por qué me encuentro tan mal?”
Esta escena se repite casi a diario en los consultorios de cualquier centro de salud. Pongamos un ejemplo típico: paciente mujer de mediana edad, acude a consulta con su médico de cabecera por clínica de larga evolución de fatiga significativa, tendencia a la depresión, falta de concentración, caída de pelo, tendencia a engordar…
-Bueno venga, hagamos un “chequeo anual”.
Hemograma, bioquímica, perfil hormonal (si es que hay suerte y se pide, rara vez será completo)…
-Vaya, parece que está todo bien. Nada, vuelva usted el año que viene.
Y salgo por la puerta con mi cansancio, mi depresión, y toda mi sintomatología de vuelta… quizá con una receta en la mano y la frustrante sensación de no tener una prueba que justifique mi clínica.
Si bien antes de nada es preciso incidir en que la analítica no es más que una “foto” puntual del paciente y no la película completa de lo que sucede (siempre primero: ESCUCHAR, ESCUCHAR, ESCUCHAR!) sí es cierto que hay algunas consideraciones importantes a la hora de interpretar estas analíticas que en muchas ocasiones explican por qué, a pesar de ese esperado “está todo bien” , el paciente se siente terrible.
En relación a este aspecto tenemos que hablar de la profunda diferencia en la interpretación analítica basada en los rangos convencionales de laboratorio versus aquella interpretación basada en rangos funcionales de salud o rangos óptimos.
¿Te has planteado alguna vez cómo se obtienen los rangos de “normalidad” que lees en tus analíticas?
Algo que nos encontramos continuamente en práctica clínica es que los rangos de laboratorio son rangos que en muchas ocasiones no permiten diagnosticar la patología subclínica es decir “antes de tiempo”, antes de dar la cara por completo. Vamos tarde en el diagnóstico precoz, detectamos patología una vez ya instaurada y sobre todo son rangos que no nos llevan a la verdadera funcionalidad, al estado óptimo de salud. Quédate con este mensaje: “lo normal no es lo óptimo”.
Y tú, necesitas un profesional que analice tus parámetros para conducirte a lo óptimo, no simplemente a lo normal. Lo normal, en esta sociedad, no es la salud, y mucho menos vivir en un estado de óptima calidad de vida y sensación de plena energía.
Otra limitación importante que nos encontramos, es que los paneles que se solicitan son profundamente incompletos, y de este modo se toman decisiones a nivel por ejemplo de riesgo cardiovascular (como inicio de farmacología) teniendo en cuenta simplemente un perfil lipídico básico sin valorar parámetros clave como número real de partículas aterogénicas, parámetros de inflamación, grado de estrés oxidativo, metabolismo glucémico bien analizado, estado hormonal…
O por ejemplo se valora el estado de la función tiroidea con una simple TSH sin pedir un panel completo que nos permita conocer entre otras cosas, si mi conversión a hormona tiroidea activa es buena o no se está produciendo de forma adecuada.
Son aspectos que con demasiada frecuencia no se tienen en cuenta en la consulta.
Por no hablar de valoración de micronutrientes como vitaminas o minerales que condicionan tantas reacciones fisiológicas en nuestro organismo. Afortunado aquél que por lo menos conoce sus niveles de vitamina D.
Rangos convencionales vs rangos óptimos
Pongamos algunos ejemplos destacados y muy típicos para ilustrar la diferencia entre interpretar una analítica según los rangos convencionales de laboratorio versus los rangos establecidos de funcionalidad:
Ferritina
La valoración de nuestros depósitos de hierro. En la valoración de una posible anemia por déficit real de hierro, atender a los niveles de ferritina es clave.
En medicina convencional se dan como aceptables unos rangos entre 10-150… un rango tremendamente amplio.
Es muy probable (¡casi seguro!) que una mujer con una ferritina en 10 ya tenga comprometidos sus niveles de hemoglobina (al menos desde la funcionalidad) y sintomatología anémica compatible con ello. Aunque esté “dentro de rango”, es sin duda poco óptimo para la salud, condicionando incluso otros sistemas como la función tiroidea.
Deberíamos aspirar a ferritinas por encima de por lo menos 40-50 en mujeres (¡mínimo!), y aquellas ferritinas por debajo de 30, deben hacer que empecemos a investigar la posible causa de ello, como por ejemplo saber si coexiste un proceso a nivel digestivo.
TSH
Los rangos convencionales de laboratorio dan por normales valores entre 0.5 y hasta 4.5-5 (y estos son los que tendrán en consideración la mayor parte de profesionales), sin embargo disponemos de amplia evidencia sobre la necesidad de mantener unos valores de TSH entre 0.5-2.5 para asegurarnos de una buena función tiroidea y el correcto funcionamiento de otros sistemas que precisan estas hormonas.
Un caso particular es el de aquellos pacientes que ya toman medicación (T4) en los que sólo se valora en el seguimiento la TSH. En caso de que este paciente continúe presentando clínica cansancio, fatiga… debe realizarse un perfil tiroideo completo, ya que podría tratarse de una mala conversión de T4 (el propio fármaco) en la hormona biológicamente activa: la T3, y para ello debemos valorar un perfil tiroideo completo.
Vitamina D
Poco queda que no se haya dicho sobre esta vitamina y prohormona clave en inmunidad y en la expresión de múltiples genes.
Pese a ello la mayoría de la población (incluso aquellos que más deberían asegurar buenos niveles como los que padecen procesos de autoinmunidad) permanece con niveles muy por debajo del rango óptimo, y es que deberíamos aspirar a niveles por encima de 40 (¡por lo menos!), y créeme que esto no es sencillo de encontrar en consulta.
Magnesio
Si es infrecuente encontrar analíticas donde se solicite la vitamina D imagínate el magnesio… y sin embargo este es un mineral que merece un post aparte por sus incuestionables funciones en el organismo, catalizando la acción de más de 800 enzimas y con una implicación directa en la síntesis de ATP, la moneda energética del organismo.
Los rangos de normalidad se alejan de la funcionalidad, necesitas unos niveles por encima de 2.1-2.2, para garantizar niveles óptimos de este mineral.
Homocisteína
Un parámetro que me encanta dada la cantidad de información que aporta, y sin embargo un claro ejemplo de que los perfiles que se solicitan habitualmente son profundamente incompletos.
La homocisteína guarda una relación clave con la inflamación y el riesgo cardiovascular y su elevación se relaciona con numerosas patologías muy prevalentes hoy en día.
Buscamos niveles óptimos entre 6-10, ya que esos valores que se proponen como normales (hasta 15 se considera normal), ya ponen de manifiesto una situación proinflamatoria y carencias a nivel del complejo B (B12, ácido fólico).
Hemoglobina Glicada
Es fundamental comprender que cuando limitamos el diagnóstico de procesos relacionados con la resistencia a la insulina (prediabetes, diabetes) a este parámetro vamos TARDE, ya que cuando se ve afectada la hemoglobina glicada las alteraciones llevan años presentes en el organismo, aunque de forma silente.
Previo a la elevación de glucemia en ayunas o de la hemoglobina glicada, en estos pacientes se produce una hiperinsulinemia compensada (lo trataremos por su relevancia en otros post), por lo que debería no sólo fijarme en glucemias en ayunas y hemoglobinas glicadas, sino también en insulinas en ayunas, índice HOMA, o incluso otras opciones disponibles a día de hoy para ver realmente cómo se está dando la gestión de la glucemia en el cuerpo, opciones como la monitorización continua de glucemia.
He querido exponer algunos ejemplos frecuentes en consulta, pero créeme, ¡hay decenas de ejemplos más! El abordaje de un paciente cualquiera cambia profundamente cuando no nos limitamos a buscar normalidad y “asteriscos” en sus analíticas, sino que buscamos llevarle a su máxima funcionalidad. En futuros post, hablaremos de otras alteraciones analíticas frecuentes y la forma de interpretarlas de forma adecuada.